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Hoy te cuento un cuento
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— Los miércoles de libros 017 —
 
Hoy el autor citado seré yo 🙈

Trasteando viejos archivos encontré un relato de cuando escribía y me publicaban.

Era el año 2000.


Como las películas antiguas, lo remasterizo, adecuando el formato para que sea más fácil su lectura en este medio.

Unas 500 palabras. 2 minutos de lectura.


A Katya le cogí cariño. Espero que la recibas con la misma ternura que ella, soñadora, te imagina a ti.

________

El espejo de Katya

Katya se arrodilla junto al charco para lavarse la cara.

Por primera vez desde que el amanecer la sorprende sin techo no es la lluvia quien la despierta.

Delante del espejo se alisa el vestido y desenmaraña su larga melena con ayuda de un enorme tenedor de madera. Metódica, adecenta a sus muñecas y a la pequeña Namya, una oveja desgarbada y coja, única superviviente del rebaño de la familia.

El bombardeo dejó la vivienda reducida a dos paredes.

Vista desde el cielo, asemeja una casa de muñecas en construcción, con sólo dos planos alzados, una pequeña cama (sin almohada), un armario ennegrecido y un montón de piezas esparcidas caprichosamente, como si se hubiera vaciado con brusquedad la caja que las encerraba. Una de las paredes aloja una puerta, la otra un gran espejo rajado en diagonal.

Namya se deja hacer. Katya le cambia cada mañana la gorra (de lana) y los lazos de colores que embellecen sus tres patas sanas. Le hubiera gustado ponerle alguna flor, pero sólo las zarzas despuntan entre las ruinas, y algunas hierbecillas que Namya mordisquea más por obligación –Katya en esto es muy exigente– que por voluntad.

Después del aseo se sientan junto al espejo, encarando la puerta, en silencio. El reflejo les acompaña y convierte a la pareja en multitud.

Aguardan.

Nada ocurre.

Todo un espacio abierto tras sus espaldas y permanecen a la espera de que alguien decida entrar por esa puerta a saludarlas, a jugar con ellas. O a matarlas.

Pero nada sucede porque todo lo que debía pasar, pasó.

El vaso de la Historia derramó toda su agua de una vez. Algunas gotas quedan, luchando por formar un nuevo caudal.

La sentada dura poco. Cada día menos.

Katya se coloca en posición para sus ejercicios de baile matutino. A veces practica con sus muñecas. Nunca consiguió convencer a Namya que, sin embargo, presta una gran atención a cada uno de sus movimientos.

Delante del espejo, sus manitas y sus pies siguen una música imaginaria, tal y como hacía con su madre. Un pasito adelante, medio giro, brazos en alto, no bajes la barbilla, hija, muy bien, ahora flexiona un poco las rodillas, eso es, ven y dame un abrazo.

La pequeña oveja bala lastimosamente. Katya rebusca en el armario y encuentra el jarabe que le daban sus padres cada vez que estaba enferma. Sin gran dificultad consigue que Namya beba todo el frasco. Convencida de que su amiga sanará, la niña se abandona a sus juegos, mágicos, limpios, ajena al presente e indiferente al futuro.

Una mota de nieve en un banco de arena. Un susurro en un vendaval. La rosa que una vez tallada se deja marchitar al sol.

Las gotas que dejó la Historia se evaporan.

Cuando las tropas internacionales de paz entraron en la estancia (no lo hicieron por la puerta) encontraron el reflejo en un espejo de una niña acurrucada junto una oveja con lazos de colores y un gorrito de lana.

No estaban los cuerpos.

El cristal se rompió y la ilusión se desvaneció bajo la lluvia que azotaba los rostros perplejos de los soldados.


________

Hasta mañana, salud y mucha tinta.

Michel Toumi

P. D.: Leo otros relatos de hace décadas y me resulta extraño. Algunos los enterraría. Por alguna razón, este siempre que lo encuentro me conforta. Tiene ecos (lejanos) del Dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, que seguro aparecerá algún día en esta lista.

P. D.: Hoy no hay enlaces. Me quedo bailando con Katya.
 
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